sábado, 29 de mayo de 2010
Gira Tour Paraíso - Sanz desata el delirio en Atarfe
Venía prometiendo el paraíso express -pero paraíso al fin de cuentas- y se lo dio canción tras canción a las 7.500 personas que ayer acudieron a Atarfe a escucharlo. Aunque en realidad, a Alejandro Sanz no se le escucha, sino más bien se le corea, grita, llora, baila y demás explosiones de euforia según el título del tema que toque. Al menos así se vivió anoche en el Coliseo granadino, donde, sin importar la lluvia ni el frío repentino, la gente, bajo techo, aplaudió hasta las proyecciones enlatadas que sirvieron de aperitivo a la gran cita musical. «Alejandro, Alejandro...» lo llamaba el público impaciente a escasos minutos de las diez de la noche. Él no se hizo esperar. Con gotas de agua digitales resbalando por las macropantallas del fondo y otras imágenes virtuales que simulaban una fina lluvia -como si con la real no hubiera sido suficiente-, bajo un sonido atronador, apareció el cantante. Caminó hasta la pasarela situada delante de los músicos. Guitarra blanca y chaqueta negra. Entonces exhibió su cara de crío travieso, la que sigue conservando aunque su 'Viviendo deprisa' -cantada en cuarto lugar- tenga ya la friolera de casi 20 años. Arrancó la velada Sanz diciendo «gracias Granada, vámonos». Los miembros de Protección Civil comenzaron a hacer su trabajo poniendo orden y concierto entre algunas fans alocadas; pero el artista: a lo suyo. A interpretar 'Mi Peter Punk', el primer tema del 'Paraíso Express', un disco reciente que allí conocía hasta el último miembro del público, de diferentes edades y géneros posibles. Habían pagado desde 40 a 114 euros por entrada, sin reventa, dependiendo de si disfrutaban del evento en zona VIP o no. Dicho esto, el show viene ya muy bien rodado de Latinoamérica. Los precios lo merecen, porque la banda de nueve músicos, dirigidos por Mike Ciro, es espectacular y el montaje impresiona, incluidas las pantallas de última tecnología en tres dimensiones. Además, de verdad, vivir una catarsis colectiva así no tiene precio. Para decorar 'Mi Peter Punk' una espiral gigante roja dio vueltas al fondo del escenario, que se llenó de estrellas fugaces y tonos morados en 'Lo que fui es lo que soy', un temazo de antaño, cuando el intérprete se bastaba con una guitarra para reventar corazones femeninos. Su voz, básicamente, es la misma de siempre. Inconfundible, peculiar, pero la modula bien. Alejandro, bailar no baila mucho, pero cantar y componer lo hace a conciencia. Enfundado en unos vaqueros, se bajó a la pasarela de nuevo para, quizás, leer mejor lo que decían algunas pancartas gigantes. Ahí empezó el éxtasis de la concurrencia. «Buenas noches. Entonces llegamos a Granada y vimos las montañas y hacía un poco de viento, pero invocamos a los dioses de los vientos. Y el viento, que es enrollao, paró un poco... Esta noche va a ser mágica, pero no más mágica que Granada, que es la ciudad más mágica...», dijo él, residente en Miami desde hace tiempo. Empezó con los versos de 'Desde cuando', confirmando inevitablemente que es un profeta de los morreos por la reacción generalizada del respetable, entre el que había alguna chica con el rímel corrido de tanto llorar. Habían pasado sólo unos quince minutos de concierto. 'Puede parecer atrevimiento, pero es puro sentimiento' dice esa letra escrita por el madrileño, que segundos después espetó mirando al cielo y con los brazos arriba: «Ahora se ha puesto a llover, vamos a invocar a los dioses de la lluvia. Tío, enróllate y haz que pare de llover». Los asistentes lo siguieron poniendo las manos en alto y fue imposible no preguntarse cómo se consigue tener tantísimo poder de persuasión y un corazón tan gigante para escribir decenas de letras de amor, una detrás de otra, y que todas cautiven al público. A estas alturas de su vida, el tipo, simpático como él solo encima de las tablas, ha vendido la friolera de 25 millones de discos. No es de extrañar.«Estoy tan feliz de estar aquí que pase lo que pase 'Nuestro amor será leyenda'», así introdujo el artista ese tema después de que saltara hasta el apuntador con 'Viviendo deprisa', en la que los técnicos, apurados, aprovecharon para tapar con plásticos algunos aparatos del escenario ante la insistente lluvia que conseguía colarse, por lo visto, por algunos huecos del techo o los laterales. Pese a los pequeños detalles de última hora, Sanz, que tiene un acento madrileño tirando hacia el andaluz y rematado con el de Miami, es un artista que encima de las tablas da la sensación de trabajárselo mucho y respetar a los que pagan por oírlo y verlo. Y con sus distintas maneras de hablar, en un concierto como el de anoche deja claro que ha dado con la tecla de un lenguaje universal: el de los sentimientos amorosos del pueblo. Qué decir cuando sonó 'Corazón partío', guitarra española en mano, que remató con un taconeo junto a una de las dos coristas de las que se hace acompañar. Hasta los que aguardaban en las puertas sin entrada, pero poniendo la oreja, debieron alucinar con la marabunta que se lió cuando desde el escenario salió en tromba el cuestionario más famoso del cancionero español de todos los tiempos: '¿quién me va a entregar sus emociones?, ¿quién me va a pedir que nunca le abandone?, ¿quién me tapará esta noche si hace frío?, ¿quién me va a curar el corazón partío?, ¿quién llenará de primaveras este enero y bajará la luna para que juguemos?'. Por cierto que la luna, cuando las nubes por fin cedieron, lució plena, pero de un amarillo macilento, en lo que iba quedando de noche. Y así la disfrutaron esos que oyeron a Alejandro Sanz desde las puertas, entre los que se contaban padres con niños pequeños a hombros bajo los paraguas y alguna embaraza, que un antojo de escuchar a este artista en directo debe ser irreductible. Brindó a sus músicos 'Yo hice llorar hasta a Los Ángeles'; interpretó intenso y entregado 'Sin que se note'; y dedicó a la mujeres valientes 'Lola Soledad', con unas proyecciones a base de neones y edificios de una metrópolis contemporánea que acentuaban aún más la tristeza del personaje que Sanz retrataba con su garganta. Entre la modernidad, siguió intercalando temas de ayer y de hoy, como 'Quisiera ser', cuyo inicio repitió dos veces bromeando con el público. Imposible quedarse quieto, no aplaudir o salir renegando de Alejandro Magno -que así se hacía llamar en sus inicios musicales-, un compositor beatificado por el público, que a buen seguro sabe que los milagros que consigue este artista tienen mucho trabajo detrás, aunque él los camufle y adorne con forma de corazón.
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