viernes, 7 de septiembre de 2012

Entrevista La Vanguardia (primera parte)

Alejandro Sanz es el hijo de Cádiz y de Moratalaz (Madrid) más conocido del mundo. Vende millones de discos, acumula premios y suma masas de seguidores en las redes sociales. Comprometido con causas humanitarias, no olvida sus orígenes. Pone sus palabras al servicio de las emociones. Merodea por sus letras de amor y desamor, que son como cuentos infinitos. Ahora pide que no le toquen la música.Tiene ese aire sentimental de los muchachos de barrio. Nacido en 1968, va y viene de Miami a Madrid y Extremadura para cantar a España y América que No me comparen y para recordar que La música no se toca (así se titulan, respectivamente, el single y el disco que acaba de lanzar). Su país le otorgó la Medalla del Mérito de las Bellas Artes. La Casa Blanca le premió por su aportación a la música latina. Da la cara por Médicos sin Fronteras, Save the Children y Greenpeace. Lejos quedan su primer y premonitorio trabajo, Viviendo deprisa, y aquel Más que le lanzó a la fama mundial. Canciones como No es lo mismo, Amiga mía o Corazón partío forman parte de la memoria musical y sentimental de enamorados de varias generaciones. Y se reflejan en su mirada los mares que duermen en su memoria.
¿Ha llegado más lejos que en sus sueños de adolescente?
Mis sueños de juventud eran tan poderosos, que ni siquiera cumplirlos puede superar lo que me hacían sentir.
¿Qué siente ahora que los ha cumplido?
Necesidad de escribir. Antes apuntaba todo lo que me pasaba, pero dejé de hacerlo. Ahora quisiera escribir una autobiografía de emociones, no de lo que me pasa, sino de las sensaciones. Es complicado, porque son emociones abstractas y no verdades absolutas. He comenzado a escribirla con cuidado, despacito, contando las pequeñas historias con todos los adornos. Algo así como lo que hacía mi madre cuando decoraba la casa con sus recuerdos y en lugar de amontonarlos los ponía con gracia y arte.
Si comenzase por el principio, ¿cuál sería su primer recuerdo?
Parecerá imposible, pero es de cuando yo debía de tener tres meses. Es el de mi madre cantándome una nana, y parece que lo estoy viendo. Enamorarse de un momento y transportarlo a través del tiempo es lo que da sentido a la vida.
Usted ha leído y ha escrito mucho más de lo que parece y se cuenta.
He escrito mucho cancionero y tengo baúles llenos de libretas, de hojas sueltas, de ideas, de anotaciones al margen, de frases apuntadas en servilletas… Hay cosas algo naif y ñoñas, pero forman parte del proceso. La pureza y la ingenuidad se pierden con el tiempo.
Sus críticos dicen que sus letras no son fáciles.
Les dedico su tiempo, pero al cantarlas las palabras cambian, y quiero meter muchas ideas en un espacio pequeño. Por eso compongo para mí, porque como intérprete de otro no sería nada del otro mundo. Y por eso no escribo letras para casi nadie, porque en España hay tendencia a quedarse sólo con el estribillo.
¿Cómo ha conseguido su propia manera de decir las cosas?
Consiste en decirlas como las siento, y pongo las palabras al servicio de la emoción. Más que demasiadas corrientes, conceptos o estilos, reivindico los pequeños códigos de escritura propios, los míos, los de mi época romántica y otras, siempre hasta encontrar la propia. Escribir canciones es distinto que escribir poesía. La literatura oral fue anterior, pero estamos perdiendo las nanas y los cuentos. Y si ese hilo del tiempo se corta de raíz, se pierde para siempre.
Le gusta dar rodeos.
La literatura se nutre del rodeo. Todo se podría decir en dos palabras, y más ahora que están de moda los aforismos. La tendencia puede ir hacia el aforismo y la brevedad del Twitter, pero hasta ahora la literatura se nutre del adorno y del rodeo, y eso es bonito.
Y cuando escribe, parece que merodea.
Sí. Es lo que tiene vivir en el monte y en los barrios de las afueras. Mi padre vendía libros para ganarse la vida y me despertó el gusto por la lectura. Los niños de hoy leen en el ordenador y en el iPhone, pero yo abría un armario y tenía los libros que almacenaba mi padre y la soledad de una familia de Cádiz que se fue a vivir a Madrid. Tal vez por eso, fui un merodeador de la cultura, no me quedó más remedio.
¿Cantar es seducir?
Toda expresión artística es seducción. Hay quien cuelga cuadros en las paredes y hay quien hace música pensando en una mujer. Cuando aprendes a tocar la guitarra, las emociones están en carne viva, y lo más probable es que la primera canción sea para una mujer; seguro que la música sirve para la seducción, porque el arte es seducción.
Una voz algo castigada y algo canalla ¿ayuda a su arte?
Eso de la voz va por épocas… Sólo hay que acordarse de Los Pecos.
¿Por qué hay tanta piel en sus canciones?
Porque soy más andaluz que madrileño y la mesura no va con nosotros. Los andaluces somos pasionales, exagerados, aspaventosos, y en la música abusamos de la exageración. Lo de la luna, el cielo, la piel, lo aprendí escuchando flamenco, y tiene mucho que ver con el flamenco. Se trata de convencer, emocionar y sentenciar en cuatro versos. Eso requiere pasión, y las metáforas son un poco como la ciencia ficción de las emociones.
Magistral y brillante aquella que dice que ella le peina el alma.
Gracias. Desde niño llevo clavada la imagen del alfiler en el cabello de una mujer, y recuerdo aquella canción que dice: “Me gustaría ser una horquillita de tu pelo”. Son imágenes muy físicas pero muy poéticas. Y muy reales, porque peinar es un gesto muy sensual.
¿No es demasiado joven para la nostalgia?
Cuando contamos anécdotas, no podemos revivir las emociones, las sustituimos por una nostalgia y las guardamos para atrapar el tiempo. Es lo único que queda, lo que se acumula. Lo más importante es generar nuevos recuerdos, nuevas anécdotas, y no repetirse. Esto nos pasa a todos, y hasta la mujer y los hijos se cansan de escucharlas.
Ya hace tiempo que descubrió y cantó que la vida va y viene.
Es que siempre voy y nunca vengo. Eso debe de ser algo de la parte gallega de mi familia. Pero también de las idas y las venidas de ocho siglos de conquista del árabe, del tuareg y del nómada, que algo queda.
¿Y si queda un corazón partido?
Los corazones partidos son como las llantas de los coches, que tienen difícil remedio. Hay heridas que nunca se curan. Otras, como los amores primeros, se curan e incluso pueden dejar bonitas cicatrices. Luego vienen las heridas que se quedan para siempre, las que no se pueden reparar nunca.

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